Hay una chica Playboy dando vueltas por las calles de Los Angeles en una limo blanca. Lo curioso es que nos cruzamos con ella varias veces. Tiene el pelo largo, decolorado, brillante. Mi papá la saluda desde el auto mientras escuchamos un CD de Edith Piaff. Me dice, “esto lo escuchaba en la radio cuando tenía tu edad.” Ella nunca nos mira. De noche la ciudad es un vacío hermoso. La vemos en la Avenida Wilshire yendo hacia el mar. A la salida de uno de esos supermercados 24-horas en donde todo está ordenado simétricamente y por color. También en una colina con calles curvas que llevan al cartelito de Hollywood. Comenzamos a imaginar que sólo nosotros podemos verla y nos ponemos a especular sobre su procedencia. Nos sentimos un poco como detectives en una serie de televisión. Lo irrefutable es que ella es mítica y eterna. A veces con la distancia uno se olvida de las cosas. Ese fue el único viaje que hicimos solos, mi papá tenía setenta y pico y yo veintidós. Cuando volvió a Buenos Aires empezó a pintar mujeres desnudas para pasar el insomnio. Luna. Fiorela. Nicole. Miriam. Gina. Midori. Malbec. Adriana. Solange. Whitney. Heidi. Ella. Son más y están en todos lados. A veces pienso que son como unas guardianas del más allá. Me hacen acordar al clima de la infancia, el límite confuso entre fantasía y realidad, lo desinhibido y lo inocente, esa euforia new age tan de los ochenta. No hay acto más errático que el de recordar. Debería aclarar que a mi papá no le gustó el título de la muestra, pero esto me pareció aún más apropiado.

2012 - 2013

Poderes en lucha en Si la muerte fuera una estrella porno de Geraldine Barón.
Mariana Rodríguez Iglesias

Lo irrefutable es que ella es mítica y eterna
Geraldine Barón

Te encontraré una mañana 
dentro de mi habitación 
y prepararás la cama 
para dos. 

Charly García

Lo primero que pienso cuando veo esta serie de fotografías de Geraldine Barón es que hay una breve pero intensa lucha de poderes. Pienso en lo disciplinar y en las capas de sentido que se superponen. Hay pinturas, pero son fotos: fotos de pinturas. En el plano autoral, también se produce un deliberado juego de poder. Las fotografías fueron tomadas por ella, mientras que las pinturas son obras de su padre. Sin embargo, ninguno de los dos aparece. Las únicas protagonistas son las mujeres pintadas con evidente. Hay otra protagonista: la muerte que, como ellas, coquetea con ser una estrella del porno más berreta, y logró, en un capricho de diva, conquistar la cartelera de esta exposición. Habita en el título, sorprendida de que la nombren. 

En Ensayo para una familia – su serie inmediatamente anterior, tal vez precuela de ésta -, Russell Harbaugh escribe que Geraldine había logrado "curar" la experiencia personal y dolorosa de enfrentar la proximidad de la pérdida de un ser querido. En Si la muerte fuera una estrella porno esta curaduría es, una vez más, un juego de espejos puestos en abismo. Una maniobra de distracción. Tenemos en un primer plano discursivo la edición de sus fotos que conforman la expo, en un segundo plano, la selección y montaje de las pinturas. 

¿cómo sigue esta lucha de poder cuando los contrincantes no están claramente definidos? ¿qué tipo de pelea es esta donde las fuerzas están tan mal distribuídas? ¿cómo animarse a seguir hasta el final si desde un principio se sabe que el principal rival es imbatible?

Si la muerte fuera una estrella porno puede ser leída como una secuela de Ensayo para una familia. Ambas series son testimonios de los recursos usados para dejar en suspenso la certeza de la muerte. Allí dónde veíamos una narración del paso del tiempo como espera, cifrado en todo aquello que una familia intenta hacer para evadir el dolor, ahora es el recurso vivo, claro, creativo, de elaboración de la propia despedida. Aunque tal vez no sea una despedida la mejor manera de ver estas pinturas. Porque esta misma persona que supo cómo divertir a su hija con historias de femme fatales en limosinas blancas, aprendió a pedirle un respiro al imsomnio pintando. Tarde, pero seguro, se dedica a crear mujeres ideales, salidas de esas mismas historias que alguna vez tuvieron a Wilshire Avenue como paisaje de fondo. Claro, ahora lo entiendo. No es una despedida, es pliegue de tiempo. 

En Ensayo para una familia, Geraldine retrataba personas porque le interesa mostrarnos el universo que la rodea. Nos contaba sobre su familia y algunos hábitos del cariño. Ella, protagonista invisible, aparecía como la demiurga de esa historia controlando lo que veíamos y dejábamos de ver y estipulando una cuidadosa secuencia que mucho tomaba prestado del cine. En Si la muerte fuera una estrella porno es más difícil seguir viéndola como esa protagonista detrás de la cámara. Son tantas las mediaciones, las capas, que tenerla a ella como referente se vuelve un poco innecesario. Tampoco hay personas, exceptuando las mujeres representadas. Todo nos habla de ausencia, porque ese Todo es la presencia como índice. Las pinturas indican una mano que pintó, una deseo que se llevo a cabo, una libido que encontró el momento (tarde n  una vida llena de actividades) para ponerse a pintar. La casa, con sus objetos, su estilo vintage, con las fotos familiares, los cacharros de la cocina, Todo, nos habla de presencia fuera de campo. Sucede que cuando alguien se va para siempre quedan dos planos de vestigios: el plano inmaterial de los recuerdos y el plano material de los objetos. Aquí conviven recuerdos, ansiosos que llegan antes de tiempo, con objetos, huellas de una vida, cargados de sentidos. ¿y qué lugar se ubican estas mujeres? ¿habitan, tal vez, un tipo de limbo emotivo-temporal? Otra lucha de poderes. Así como una idea puede invadir obsesivamente cada rincón de nuestros pensamientos, estas pinturas fueron ocupando lugares insólitos de la casa. Algunos contamos ovejitas para dormirnos, otros inventan estrellas porno.

En esta sociedad en que vivimos, lo masculino busca ser perenne y constante, esa es su prepotencia de existir. El contraste de esta visión es lo femenino como lo corruptible, lo vulnerable. Lo masculino nos habla de permanencia, mientras que lo femenino expresa procesos. En Si la muerte fuera una estrella porno hay una inversión de estos términos. Ellas son las Dorian Grey de la historia. Ellas, como mujeres deseables, no envejecerán nunca. Sólo podrá envejecer la pintura como objeto, como cosa. Él, artífice de estas bellezas inmortales, pasará, como todos nosotros, abandonará su vitalidad. En esta inversión de términos el pintor de mujeres intenta un último gesto masculino. Es su última oportunidad de poder: ellas, como la muerte, son su única posesión. Las fotografías que cumplen el rito de inmortalizar este escenario de las evasiones son, a un mismo tiempo, registro vulnerable y gesto poderoso con el que Geraldine intenta tener la última palabra.


Mariana Rodríguez Iglesias
December 2013